

Como un abanico de lluvia
Buenos Aires se abre sobre las azoteas de la Paternal.
El puente mojado se desliza sobre la Avenida San Martín,
y la fronda del bosque lame sus plantas.
¿Quién dice que veinte años no es nada?
Aunque el café de la esquina de Jonte es el mismo
y sirve el mismo mozo, un poco más arrugado,
yo, ahora, ya no soy la misma.
No quiero compartir los cascabeles de mi vagina
con ningún mentiroso,
no creo en los falsos brillos de algunos poetas
y ya no me conmueven sus penas fingidas.
Sin embargo, todavía, sigo creyendo que esta ciudad húmeda
- como una hembra en celo-
tiene las veredas más lindas del mundo para andar enamorado. AF
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