lunes, 15 de junio de 2009

El Bello Durmiente


Había una vez una princesa que como todas las princesas deseaba enamorarse. Cuando caminaba por el Jardín de Palacio observaba a los pajarillos cuidar amorosamente de su nido y los suspiros escapaban de sus labios. Cuando era niña las doncellas le habían contado todas las historias de todas las princesas de los alrededores. Blanca Nieves, Cenicienta, Trenzas de Oro eran sus favoritas, pero desde luego, la más admirada era La Bella Durmiente.
Como las hadas y las brujas viven mucho, pero mucho tiempo, la Princesa pensó que tal vez alguna poseería aún el hechizo para dormir durante cien años sin envejecer y despertar con un beso. Envió, en secreto, emisarios que recorrieron e investigaron y luego otra vez recorrieron e investigaron e investigaron y recorrieron hasta obtener la información. Al fin, encontraron a una torcida mujer que parecía poseer todos los sortilegios y encantamientos. Entonces, en secreto, nuestra princesa se dirigió hasta donde vivía la vieja que estaba muy bien dispuesta para hacer negocios. La joven entonces dijo:
-Yo aprendí que el amor es lo más importante del mundo. Sé también que el amor cuesta –aquí los ojitos de la vieja brillaron- y es necesario sacrificarse para encontrarlo. Yo lo busco desde hace tiempo, pero no llega. Mi juventud está a punto de expirar, pues voy a cumplir veinte años, así que tengo que hacer algo. Necesito la pócima que tomó La Bella Durmiente para detener el tiempo hasta que el amor venga a buscarme.
Subrayando sus palabras, sacudió la bolsita de terciopelo que llevaba en su cinto, y las monedas tintinearon tentadoramente. La hechicera se inclinó sobre un caldero y deslizó algo dentro, después pronunció unas palabras incomprensibles y encendió el fuego. Al rato, el contenido bullía y un hilo de humo blanco se elevó dibujando un corazón en el aire.
Asombrados, los presentes no pronunciaron palabra. Por fin, la bruja tomó un poco del líquido en un cuenco y llenó un frasco. Con un gesto dejó muy claro que esperaba la paga antes de entregar la mercadería.
- Moja con esto tus labios y dormirás hasta ser besada. Si también humedeces los labios de tus servidores, ellos dormirán contigo y contigo despertarán para seguir a tu servicio.
La princesa entregó las monedas y se marchó llevando lo que había venido a buscar. La bruja, que había esperado una oportunidad así para retirarse, preparó una maleta, metió adentro algunos hechizos para casos de emergencia, el libro de embrujos que heredó de su abuela y montó en la escoba no si antes hacer cita con el mejor cirujano plástico de la comarca.
Recuperada en parte su belleza y con buenos dinerillos en la bolsa, se dedicó a recorrer el mundo como tantas veces había soñado. Estaba sentada en una terraza tomando un Cinzano on the rocks y leyendo una revista de chimentos cuando vio en la tapa una fotografía de su última clienta, bastante demacrada. Un título decía: “La Princesa está triste: ¿Qué tendrá la Princesa? “ En las páginas interiores el periodista contaba la historia de la joven que había dormido durante años antes de ser descubierta por el Príncipe Azul.
Y sin embargo…
¿Qué habrá pasado? Se preguntó la Hechicera jubilada, que estaba un poco aburrida.
Y para encontrar la respuesta se dirigió a Palacio montada otra vez en su escoba.
Debido a tan personal medio de locomoción, sólo se permitía viajar de noche para no ser vista, así que llegó de madrugada. Sin embargo, los aposentos reales ya estaban iluminados. Buscó y encontró a la Princesa en la cocina. Golpeó en el cristal de la ventana y fue reconocida enseguida. La princesa estaba despeinada y con cara de sueño a pesar de lo cual mostró gran alegría reconociendo a la recién llegada. La bruja saludó mostrándole la revista que llevaba consigo para explicar el motivo de su visita. La Princesa no pudo retener las lágrimas que corrieron alocadamente cuesta abajo por sus pálidas mejillas.
- ¿Qué ocurre, no conseguiste lo que deseabas? –preguntó la bruja.
- Si -dijo la joven- pero no es como lo soñé tantas veces. El Príncipe es amoroso y me quiere mucho. Tanto, que solo acepta la comida si yo misma la preparo y con las recetas del libro que su madre me regaló el día de la boda. No deja que nadie me ayude. Según dice, tenemos bastantes ratones y pajarillos como para gastar en más servidores.
Se hizo una larga pausa, después de la cual siguió diciendo:
-Su madre se llama Cenicienta, sabes? –y entonces a la bruja se le aclararon varias cosas.
-Nuestros sirvientes tampoco pueden tocar su ropa, así que debo lavarlas plancharlas y también lustrar sus botas. Es muy previsor y le gusta cazar con lo cual ahorramos el dinero del mercado, pero tengo que desollar los cuerpos de los animalitos todavía calientes con mis manos y limpiar espinas y escamas cuando vuelve de pescar- dijo haciendo un gesto con el que expresaba toda la repugnancia que le inspiraba esa tarea. Para que no me vea obligada tampoco a bajar a la feria por las verduras, me regaló un curso de “Huerta Orgánica” y así cultivo frutas y hortalizas en el jardín donde ya no hay canteros con flores ni pajarillos sino patatas, cebollas, zanahorias y un feo espantapájaros. No se me permite organizar fiestas porque las considera una frivolidad y una pérdida de tiempo y dinero, y si quiero comprar vestidos y zapatos dice que mejor me consiga un hada que me los regale, como hacía su madre. Salvo para ir de cacería no sale nunca de palacio. Jamás le perdonó a su padre que se marchara a las Cruzadas, por eso dice que nosotros estaremos siempre unidos y que debo agradecer a la fortuna su fidelidad y compañía. Come mucho y se queda jugando a los dados hasta altas horas de la madrugada. Yo en cambio, como estoy muy cansada, me quedo dormida en cuanto los juglares empiezan a cantar, por lo cual creo que nunca podré darle un heredero, lo que me reprocha con toda razón.
Después del discurso, la Princesa ocultó su rostro en el delantal para llorar nuevamente.
La bruja estaba callada reflexionando. Pensaba en lo acertada de su decisión cuando le dijo a Merlín que no se casaría nunca. Pero esa era otra historia, y ahora tenía que encontrar alguna solución para la muchacha apenada por la que, en alguna medida, se sentía responsable.
Buscó en su bolso hasta encontrar una botellita que tuvo la precaución de guardar. En el fondo quedaba todavía un poco de la pócima del sueño. Abrió el frasco y lo llenó hasta el borde con agua de la canilla. Lo cerró y se lo entregó a la Princesa diciendo:
- Pondrás sólo una gota en su copa de vino. Al estar rebajada, no dormirá cien años, pero si toda la noche y lo suficientemente profundo como para no despertar hasta el mediodía, hora en la que ya habrás hecho preparar su comida y limpiar su ropa a los servidores de palacio exigiendo secreto a cambio de buena paga.
Así fue, el Príncipe y después rey de aquel reino era un hombre bonachón y adormilado que con el correr de los años fue ensanchando su vientre cada vez más. La Reina, en cambio, gustaba de dar fiestas casi todas las noches así como de vestir a la última moda y se hizo famosa por sus catering vegetarianos. Como nadie cazaba, la fauna se multiplicaba y de todas partes llegaban los turistas para gozar de los bosques y fotografiarse junto a ciervos y faisanes. Gracias a ellos el reino gozó de gran prosperidad. La felicidad de sus soberanos era envidiada y siguieron ocupando las tapas de todas las revistas. Sin embargo, no tuvieron hijos, por lo cual, cuando al fin se marcharon de este mundo, hubo que votar a un sucesor, transformándose aquél sitio en el Primer Reino Democrático del País de la Fantasía. Colorin Colorado, este cuento se ha terminado?.
Ada Fanelli

1 comentario:

  1. la vida es complicada...somos complicados...pero atrevete a soñar...no busques y encontrarás.
    solo recorre el camino, ese es el secreto a develar.
    te mando un abrazo fraterno

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